Un día decidí tirar mi reloj, sacarle las pilas al reloj de la cocina y echar a la basura mi despertador; dejar el tiempo, las fechas, hasta mi edad y disfrutar de pequeñas cosas, como una tarde soleada, como caminar sin zapatos, comer sin importar la hora, dormir donde y con quien sea y procurar escribir.
Entre tanta felicidad quise recordar sensaciones que había dejado atrás como la preocupación, el estrés, el hambre, el insomnio, cosas que de una u otra manera eran necesarias en mi vida y que según yo le daba un poco más de sentido, así que decidí despertar.
Lo primero que hice fue pararme frente al espejo esperando ver mi sonrisa, mis ojos, mi cabello, esperando que todo esté como lo dejé. ¿Saben qué? era aún mejor de lo que imaginaba, sonreí mucho y decidí ver de que me había perdido todo este tiempo.
La siguiente vez que me vi al espejo no pude contenerme, sentía que me había convertido en la persona que no quería ser, me había olvidado de porque desperté, mi sonrisa no era la misma ya no transmitía felicidad, ya no daba de que hablar. Mi cabello estaba largo y maltratado por la humedad y tenía hambre todo el tiempo, pero con tantas obligaciones olvidaba comer, dormir, detenerme. Estaba ocupada.
Esa fue la última vez que me vi en un espejo, decidí volver a soñar, vivir sin reloj, sin tiempo, sin espacio, ni distancia que me haga pensar que nunca voy a llegar. Decidí escribir sin contar cuando tiempo tardo en hacerlo. Y aquí sigo, vistiendo de colores y escribiendo para recordar lo que siento.
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